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El rincón del cronista: Escritos y correspondencia de Luis Caballero Pozo, por Juan Infante Martínez


Luis Caballero, a la izquierda, con su hermana, su hija y con Juan Martínez Rojas.

En nuestro post de esta semana os vamos a hablar de los escritos y correspondencia de Luis Caballero Pozo, de quien recientemente escribimos un artículo con motivo del 28 aniversario de su muerte. Una vez más, lo haremos a modo de resumen del interesante artículo que Juan Infante Martínez, Cronista Oficial de Valdepeñas de Jaén, ha preparado para la sección ‘El Rincón del Cronista’ de nuestra próxima crónica.


Luis y Juan Martínez Rojas, dos enamorados de Valdepeñas de Jaén, vivieron durante los años de 1982 a 1992 una estrecha relación epistolar en la que el segundo recibió más de un centenar de artículos de Luis Caballero. La mayoría de ellos trataban sobre temática valdepeñera, aunque sin olvidar tampoco a Jaén y a Andalucía, así como de temas religiosos.


Carta de Luis Caballero a Juan Martínez.

De toda esta correspondencia epistolar, así como de los artículos que Luis Caballero escribió en Diario JAÉN, nos irá hablando crónica a crónica Juan Infante. Pero en esta ocasión nos centraremos en el artículo en el que Luis hablaba sobre su encuentro con otro valdepeñero ilustre, Luis Aceituno.


Os dejamos una parte de esta carta que Luis Caballero le envió a su amigo Juan Martínez:


“Luis Aceituno vivía en el cortijo del Olivo, una finca de su propiedad ubicada en lo alto de los Rasos. El camino del cortijo pasaba por las eras de la Solana de los Morales, cortijo de mi abuelo, Juan Caballero. Y no era raro que Luis Aceituno llegara a saludar a su amigo Juan cuando iba o venía a sus negocios a Valdepeñas. Motivo por el que yo lo conocía personalmente”.


Luis Aceituno.

Y continuaba: “El Santo de la Sierra contaba con una enorme fama de sabio, de curandero, de hombre buenísimo y hasta milagroso. No empleaba medicamentos ni artes mágicas de curandero para aliviar a los enfermos que acudían a él”. Incluso, reconocía Luis Caballero en su carta: “A mí me curó. Me miraba la garganta y me soplaba en la boca y me hacía la cruz en la frente, risueño y sin afectación, y le dijo a mi abuelo: – No es nada, ha tenido anginas y está un poco débil. – Vamos a rezar un Padre Nuestro y con la voluntad de Dios se pondrá bueno y fuerte… Luego, mirándome los ojos, dijo: – Juan, este niño tiene algo, una mirada muy inteligente; espera de él cosas. No dijo qué cosas”.


Terminaba su misiva con una historia que su madre y su abuela le habían contado: “Una vez, Luis Aceituno recibió en el Vadillo a una multitud de gentes. Los había cojos, paralíticos de algún miembro. La multitud se acercaba a él de rodillas para ser tocado por el Santo. Pienso lo que sería la recepción en Jericó de Jesús de Galilea, o en Cafarnaum, o a orillas del lago Tiberiades. Y yo, ahora, que soy un racionalista empedernido, me pregunto: ¿Qué poderosos resortes tiene el alma humana para producir estos fenómenos? La sierra de Valdepeñas es un nidal de santos, es decir, de infelices que buscan la esperanza en Dios y en su hijo, el de Chircales, porque saben que ya no encontrarán otra en la tierra. Por eso yo los admiro, los respeto y los quiero. Cada hombre tiene que ser el fabricante de su esperanza. La cuestión es cómo”, le contaba a su amigo Juan Martínez.


Como te recomendamos cada vez que rescatamos un artículo de la revista, no te pierdas el artículo original y completo en nuestra próxima crónica, en el que Juan Infante nos desgranará además todos los escritos de Luis Caballero.

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